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Semanas de despedida, de abrazarme con gente nueva y no tan nueva. Compartir el tiempo y notar que cada segundo vale más que cualquier moneda universal. Embarcarme a nuevos horizontes, donde lo que aparezca tiene ese sabor a incertidumbre y ese olor a zapatillas recién salidas de la caja, ese aroma que te invita a caminar, a recorrer; y no es que deje algo viejo, sino que me voy en mi mejor momento. Agradecido a mis maestros, los primeros, mamá y papá, que me enseñaron a caminar, que me cuidaron siempre dándome lo que creyeron mejor para mí. Mi papá que me mostró la vocación del servicio y mamá que me enseñó que a las adversidades se las enfrenta con creatividad. Mis hermanas que me enseñan las diferencias, el mundo de los sentimientos y el compañerismo. A mi hermano, que me enseña cada día la tenacidad, voluntad y compromiso. A mis otros padres y familias sustitutas, que han aparecido en los momentos de lejanía y desencuentro con los míos. A mis abuelas, mis abuelos, mis tías, tíos